lunes, 1 de febrero de 2010

Jubilación

Ni de lejos es el financiero, con la incertidumbre que arroja sobre el futuro de las pensiones, el problema más importante de la jubilación, por más que sea el que preocupa ahora al gobierno. Aunque no es lo mismo, financieramente hablando, un sistema que tiene que mantener personas con un promedio de cinco años de vida tras el retiro laboral, que otro que debe sostener personas capaces de vivir quince años después del mismo, sí se podría pedir a la solución que fuera un poco más imaginativa y capaz de afrontar otros problemas a la vez que se ataca éste. Alargar dos años la edad de jubilación no es la clase de solución apropiada al siglo XXI.

Las décadas que el mundo tiene por delante son de la globalización tanto o más que las anteriores, aunque se olvide con la crisis. A estos efectos, el modelo español de jubilación – que la propuesta del gobierno no viene a remover en absoluto: al contrario, pretende apuntalarlo – ya era bastante malo hace diez años, y ha ido empeorando. El defecto fundamental es que una economía nacional, como la española, que compite globalmente con unas cuantas decenas de economías nacionales más, algunas muy eficientes, no puede permitirse el lujo de desperdiciar recursos productivos, y muchas personas de más de 65 años (no todas, ciertamente), a las que se impone el retiro forzoso, lo son. Ese despilfarro crece con cada año de esperanza de vida que los avances médicos arrebatan a la muerte.

El argumento que a veces se esgrime, de que los mayores quitan el puesto de trabajo a los más jóvenes, muestra a las claras la pobreza de expectativas de nuestra sociedad. Naturalmente que las personas de edad avanzada compiten con los jóvenes en una franja de los empleos disponibles; pero es una triste solución, amén de ineficiente, conceder a los segundos un ‘monopolio’ de esos empleos a costa de retirar del mercado laboral a las primeras. Porque así se incurre en dos males económicos, a saber, se pierden ventajas de la competencia y a la fuerza se deja ociosos recursos productivos. Ambos hándicaps no pueden sino lastrar la competitividad global de la economía española.

Las personas de edad avanzada combinan dos características, en cierto modo contradictorias, pero que definen el drama de nuestra condición mortal. Por una parte, se sienten crecientemente cansadas del esfuerzo realizado a lo largo de su vida laboral, que pesa sobre condiciones físicas (y, a partir de cierto momento, también intelectuales) cada vez más precarias. Por otra, frecuentemente se encuentran en el clímax de su vida intelectual; su experiencia se aúna al conocimiento, especialmente si no han dejado de adquirir éste a lo largo de la vida. Los esquemas de formación continua, propiciados por el llamado Plan Bolonia, se basan precisamente en la percepción de esta característica. Al llegar a la edad legal de jubilación, muchos acaban de alcanzar, por así decirlo, su plena madurez profesional. Y si es cierto que son incapaces de desempeñar ciertos empleos, con 65 años muchas siguen siendo muy capaces de afrontar las tareas y responsabilidades de otros. Estos ‘otros’ son empleos de que prescinde la economía española, con pérdida de competitividad global.

Un día de éstos, mencionaré un par de ejemplos – uno de trabajo manual y otro de trabajo intelectual – en los que personas mayores competirían con ventaja con otras más jóvenes y su aportación incrementaría notablemente la eficiencia de las empresas. Después, hablaré de las soluciones que se me ocurren al problema de mantener en activo a personas de esa clase que lo deseen, y así ayudar a sufragar las cargas de la seguridad social.

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