sábado, 29 de enero de 2011

15. Contradicciones globales

A pesar de estar aliadas, las dos clases dominantes del capitalismo global, a saber, la burguesía financiera y la tecnocracia, y de que se necesitan mutuamente, no están (ni, realmente, pueden estar) siempre de acuerdo. En las dos décadas y media o tres antes de la crisis, la tecnocracia global destacó por sus esfuerzos por construir los mercados como una realidad global, interconectada en tiempo real. En este periodo en que la hegemonía de la burguesía global está en crisis, la tecnocracia global pugna sin descanso por domesticar a los mercados, es decir, por imponer su propia hegemonía sobre ellos para convertirlos en un instrumento dócil a sus designios de dominación: construir un mundo que responda fielmente a las rasgos del modelo teórico de equilibrio general, con mercados flexibles y tan próximos a la perfección como sea posible, no sólo en el ámbito financiero sino también en el real. Después de todo, los mercados, al guiarse exclusivamente por el beneficio a corto plazo, se comportan con frecuencia de forma errática, especulativa, incluso histérica. La tecnocracia global, en cambio, sabe perfectamente adónde va, y aspira a disciplinar a los mercados para adaptarlos a la función económica para la que deben servir en teoría. Está por ver que los mercados se dejen domesticar.

A lo largo de 2010 hemos asistido a una importante contradicción en la forma de entender la crisis entre ambas clases, y que tiene que ver con la forma en que la tecnocracia global va definiendo las reformas que, desde sus prejuicios, son convenientes – ella dirá “necesarias” – para salir de la crisis. Esas reformas no siempre convencen a la burguesía financiera, porque con frecuencia presuponen pérdida de oportunidades de lucro rápido. La contradicción es perceptible entre el deseo de la tecnocracia de imponer políticas de consolidación fiscal – en una profesión de fe antikeynesiana, que sólo se explica por su proyecto de demoler el estado de bienestar, obstáculo de primera magnitud en la marcha hacia el equilibrio general – y el temor de los mercados a que se haya cortado en seco los estímulos fiscales demasiado pronto. Contradicción que es especialmente aguda en Europa y que ha determinado el estallido de la crisis de la deuda soberana en el Viejo Continente.

La agitación que periódicamente atraviesa los mercados, de un extremo a otro del planeta, está determinada por la circunstancia de que la crisis es un periodo de agudas contradicciones en el seno de las clases dominantes a escala global. Lo “natural” es que la hegemonía la ejerza la burguesía, y que la tecnocracia quede relegada a un papel subordinado, sobre todo, porque su torpeza política – con frecuencia ve en la democracia un obstáculo a sus ambiciones de poder – la convierte en un conductor incómodo de los asuntos públicos, en una era de ascenso de las multitudes de todo el planeta al protagonismo histórico. Pero la crisis en que está sumida la burguesía financiera, debida a la debacle sufrida por los mercados en 2008, crea la necesidad de recomponer la hegemonía global, o el mundo se verá abocado a un cataclismo de proporciones históricas, del que esta crisis se podría considerar únicamente el prólogo. Y, al mismo tiempo, la crisis tienta a la tecnocracia global con el espejismo de una oportunidad decisiva para avanzar hacia un mundo de racionalidad económica, la gran utopía tecnocrática de nuestro tiempo. Como consecuencia de esa crisis y de ese espejismo, la división del trabajo entre burguesía y tecnocracia, antes de 2008 bien definida y relativamente armoniosa, se ha desdibujado y las clases dominantes han entrado en una crisis global, cuyo epifenómeno es el paro, es el déficit público y son las tensiones internacionales crecientes. Al tratar de imponer su propia y miope visión de los problemas, la tecnocracia retrasa la recomposición de la hegemonía global, que debería recaer sobre los mercados y sólo sobre ellos. La tecnocracia es consciente de la contradicción, y por eso “economía positiva” y “economía normativa” se confunden permanentemente en su discurso, hasta el punto de que ya parece definitivamente abandonada la perspectiva del economics y recuperada la vieja de la economía política: en esto radica, propiamente hablando, la “revolución neoliberal”. Una “revolución” de la que los mercados son hijos, y con la que los mercados coquetean permanentemente, de modo un tanto incestuoso. Pero en esa “trinidad”, la tecnocracia es el padre, y los hijos, como buenos hijos – según nos enseñó Freud – tienen finalmente que matar y reemplazar al padre, o en términos más modernos mandarle al sillón de orejas, donde no moleste. Y para comprobarlo, basta leer los continuos comentarios, en tono despectivo, que hace la prensa económica internacional – en sí misma, un terreno disputado entre los mercados y la tecnocracia – sobre la ineptitud del Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo, la Unión Europea y la mayoría de los gobiernos nacionales, que son de suyo la esfera donde reina indiscutida la tecnocracia. Pese a todo, la opinión pública mundial sigue sumida en un mar de confusiones, creyendo que burguesía, mercados, organismos internacionales y tecnocracia (“expertos”), todo es o viene a resultar lo mismo. Y no, no lo es en absoluto.

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