lunes, 30 de mayo de 2011

Causas de la crisis de deuda soberana /5

Hay una explicación específicamente europea de la crisis de deuda soberana. Muy brevemente, la crisis de la deuda soberana es la forma que adopta en esta fase de la crisis económica la competencia entre dos divisas, el euro y el dólar, por adquirir/conservar el primer puesto en el ranking mundial de monedas de reserva. Lo cual require, naturalmente, de varias aclaraciones.

Primero, por qué es tan importante para una moneda estar en el primer puesto del ranking mundial de monedas de reserva. Sencillamente, porque la moneda que lo ocupe, sea el dólar, como hasta ahora, sea el euro, como nos hemos propuesto los europeos que sea, disfrutará de un premio en el mercado global de divisas. Siempre habrá gente que la demande, no para gastarla adquiriendo bienes y servicios en Europa, sino para realizar transacciones con materias primas entre cualesquiera países que no sean europeos o para atesorarla en forma de saldos líquidos a la espera de emplearla rentablemente en algo. Los medios han acuñado, para referirse a este último aspecto, la expresión «moneda refugio»; vale, si se tiene presente que la noción de primera moneda de reserva es más amplia, y por tanto más exacta. Cuando se da esa circunstancia, la moneda vale relativamente más que lo que representa la contribución de la economía que la emite a la producción mundial de bienes y servicios, y los residentes en ella obtienen un plus de productos de la oferta global sobre lo que de otro modo obtendrían. Es la ventaja de que han estado disfrutando en Estados Unidos. Por tanto, se podría decir que los europeos queremos que el euro sea la moneda-refugio a escala global, para disfrutar de la ventaja que han tenido los estadounidenses, y ese empeño nos ha metido en ciertas dificultades. Una de ellas, y de las peores, es la crisis de la deuda soberana. Cuando se tiene presente lo que está en juego, uno entiende mejor la crispación de los medios anglosajones por convencernos a todos de que los portugueses, los italianos, los griegos y los españoles (¡ah!, se me olvidaba: también los irlandeses) somos unos verdaderos cerdos, incapaces de hacer nada a derechas excepto divertirnos revolcándonos en la porquería. Ya que de esa imagen depende crucialmente el fracaso de Alemania – que es quien está más en el empeño – en lograr su malvado fin.

Pero, y ésta es la segunda aclaración, ¿acaso los europeos nos hemos dejado tentar por la codicia y por ello estamos a la espera de ser castigados? Desde luego que no. Para nosotros, que el euro llegue a convertirse en la primera moneda de reserva, o moneda-refugio universal, no es asunto de codicia sino de una importancia vital para el propio proyecto europeo. Si el proceso de integración en que estamos inmersos ha de progresar, o aun sobrevivir, la cuestión de la moneda común y su ascenso a la posición de primera moneda de reserva sólo puede recibir una respuesta. Por una parte, resulta evidente que los problemas de que adolece la moneda común con ocasión de la crisis de la deuda soberana están provocando cierta desafección entre algunos miembros de la Unión Europea que tendrían que haber adoptado ya el euro, como lo han hecho Eslovenia y Eslovaquia; me refiero muy concretamente a Polonia y a la República Checa. Estos dos países, que lo tenían previsto cuando ingresaron en la UE en 2004, están ahora más lejos que nunca de acompañarnos en el euro. No sólo eso; en algunos países que están dentro del euro, la corriente de opinión partidaria de salirse crece en fuerza por momentos; es el caso de Finlandia. Y ya se empieza a discutir si Grecia y Portugal deberían plantearse la salida del euro como única solución a sus problemas económicos.

Pero la historia tiene giros extraños. Finlandia, cuya deuda externa es insignificante, podría salir del euro, si nos atenemos únicamente a las circunstancias económicas del caso. Es casi el único país que podría hacerlo. Grecia, por ejemplo, cuyo caso ha llegado a discutirse en el seno del Eurogrupo – reunión de los ministros de Finanzas de los países que comparten el euro –, no podría hacerlo sin cometer un error garrafal, del que cualquiera puede darse cuenta. Ahora mismo, la deuda soberana de Grecia se estima en 327.000 millones de euros, unos 30.000 euros por cabeza (la nuestra no llega a 13.000). Si salieran del euro, y sólo tendría sentido que lo hicieran para devaluar su antigua/nueva moneda, el dracma, con objeto de aumentar sus exportaciones, reducir sus importaciones y pagar a los acreedores extranjeros con el superávit comercial, por otra parte, indefectiblemente ocurriría que el peso de la deuda externa sobre los ciudadanos se incrementaría en un 50% como consecuencia de la devaluación, según estimaciones recientes, con lo que la deuda que tendrían que soportar pasaría de la noche a la mañana a equivaler para ellos a unos 450.000 millones de euros, ó 45.000 euros per cápita de ahora. Algo parecido nos pasaría a nosotros, por cierto, aunque en menor medida, si se nos antojara salir del euro. Como no hay bien que por mal no venga, resulta que la crisis de la deuda soberana ha venido a encadenarnos, sobre todo a los más endeudados, de una manera mucho más férrea a la galera del euro. De otra manera, se podría decir que la deuda soberana ha venido a quemar nuestras naves y a uncirnos – cual bueyes – al carro de Alemania.

[Nota: Este artículo forma parte de una serie titulada Crisis de deuda soberana. Si se perdió las entregas anteriores, sólo tiene que hacer clic abajo, en la etiqueta, para tener la serie entera en una misma pantalla; las entradas más antiguas se encuentran abajo.]

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