miércoles, 25 de mayo de 2011

El horizonte económico se ensombrece por momentos

En el lapso de poco más de un mes, los mercados han pasado, de esperar una pronta solución de la crisis de deuda soberana, a temer la bancarrota de Grecia y el contagio a España e incluso Italia. Se habla cada vez con más frecuencia de una debacle del euro, a medio o largo plazo, como algo inevitable. Por otra parte, la economía estadounidense se ve amenazada por la extensión a ese país de la política de consolidación fiscal, en sustitución de los estímulos fiscales, la última versión de los cuales está próxima a vencer; con todo lo que eso supondrá de lastre añadido a las ya menguadas posibilidades de reactivación. Japón no ha hecho más que completar el recuento de las pérdidas generadas por el combinado terremoto/tsunami/accidente nuclear, que frenará sus oportunidades de crecimiento al menos este año. China enfría su crecimiento, lo que se traduce en caída de los precios de materias primas. Un volcán revoltoso se une a la protesta islandesa, y podría poner en riesgo el transporte aéreo trasatlántico, además del intraeuropeo. Y el gobierno socialista de España, apoyado desde hace más de un año por los mercados, acaba de sufrir una estrepitosa derrota en las urnas.

En el centro del cambio de coyuntura, sin embargo, está la falta de entendimiento de los gobiernos europeos (y sobre todo el de Alemania) con el Banco Central Europeo. Las desavenencias ya provocaron la dimisión del presidente del Bundesbank, hace menos de un mes, y la retirada de su candidatura a suceder a Jean-Claude Trichet en octubre. Ahora, el rifirrafe se centra en si Grecia debe o no «reestruturar» su deuda (eufemismo por declararse en bancarrota). La reestructuración de marras puede suponer un simple alargamiento de plazos – reprofiling, en la jerga financiera – o la quita de una parte de la deuda, o sea, que Grecia deje de pagar esa parte. Jean-Claude Juncker, primer ministro de Luxemburgo y presidente del Eurogrupo – la dirección política de la eurozona, en su calidad de instancia integrada por los ministros de Finanzas de los países donde circula la moneda común –, se ha pronunciado sin ambages por el reprofiling, como intento de evitar males mayores. A eso se opone tenazmente el BCE – la autoridad monetaria de la zona euro – con el argumento de que cualquier reestructuración de la deuda griega, por «suave» que sea, y el reprofiling es la forma más «suave» posible, reportará un quebranto desproporcionado a los bancos de toda la eurozona, como propietarios de la mayor parte de esa deuda; según el Banco emisor, eso supondría una crisis financiera de las dimensiones de un «Lehman Brothers» europeo. Tan preocupado pretende estar el BCE que amenaza incluso con no aceptar la deuda griega – que ya está calificada como «bono basura» desde hace tiempo, y la semana pasada Fitch la ha hundido aún más en esa sima – como garantía en caso de que sea objeto de reprofiling. Lo cual dejaría a la banca griega sin acceso a las operaciones de financiación del BCE y prácticamente forzaría la salida de Grecia del euro.

Alguien podrá pensar que el BCE se extralimita en sus funciones. Yo, desde luego, lo pienso. El BCE es la autoridad monetaria, pero no la crediticia. Este concepto es difícil de entender en España, donde ambas autoridades las reúne el Banco de España; pero es la excepción en la eurozona, donde la mayoría de los países – Alemania es un caso claro – reparten ambas responsabilidades entre organismos distintos. Se diría que el BCE batalla por ampliar sus competencias. El BCE no es más que la cúpula del Sistema Europeo de Bancos Centrales, y asume competencias delegadas por éstos. Ahora bien, buena parte de ellos no tienen competencias como supervisores de las entidades de crédito, y por tanto no pueden delegarlas en el BCE; y los que las tienen, como el BdE, no las han delegado. Angela Merkel, una de las personalidades que más ha abogado para que los acreedores privados – léase, los bancos – compartan sacrificios con el contribuyente, debe de ser más consciente que nadie de cómo se extralimita el BCE.

Los analistas atribuyen la beligerancia del BCE a sus propios riesgos en el asunto. Los bancos griegos han ido cediendo al BCE su cartera de deuda nacional al objeto de refinanciarse. Cualquier reestructuración, incluso la más suave, repercutiría en la cuenta de pérdidas y ganancias del BCE. Algunos han llegado a estimar que, si la deuda soberana de Grecia fuera objeto de una quita del 50%(*), las pérdidas del BCE le llevarían, a él también, a la bancarrota.

[(*): El mercado secundario, con el tipo de interés del 25% anual en los bonos griegos a dos años registrado esta semana, asume la bancarrota de Grecia dentro de ese plazo y por lo menos una quita del 45%].

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@purgatecon

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