22-M
José Luis Rodríguez Zapatero es un excelente ejemplo de autismo político. Anoche compareció ante los medios y reconoció la derrota de su partido en las elecciones municipales y autonómicas, para revelar a renglón seguido que él ya la tenía descontada y que, por ese motivo, no piensa dimitir. Según él, es imprescindible que continúe al frente del gobierno hasta concluir su mandato «no por concluirlo, sino por completar las reformas ya iniciadas». No quiere percatarse del carácter plebiscitario que han tenido estas elecciones; en menos de una semana, la calle – el Movimiento 15-M – y las urnas le han dicho que el país no quiere sus reformas. Entonces, ¿a quién se cree que representa?
Hasta ahora, ha tenido el apoyo de los organismos internacionales y de los mercados. A lo mejor se había creído que porque es capaz de sostener la mirada del entrevistador y decir sin pestañear que España pagará hasta el último euro que adeude. No parece darse cuenta de que, para todos sus apoyos internacionales, él era una especie de flautista de Hammelin, alguien capaz de encantar a los ciudadanos de su país y llevarlos al sacrificio colectivo. Ayer se demostró que las ratas se han cansado de seguir al flautista. Por si fuera poco, DSK – presunto candidato socialista a las próximas presidenciales francesas, y alguien que simpatizaba ideológicamente con Zapatero – será previsiblemente sucedido por una conservadora francesa, que a buen seguro preferirá ver a uno de los suyos al frente del gobierno de España. Y no se imagina nuestro presidente cuánto puede contribuir el Fondo Monetario Internacional a informar la opinión de los mercados.
O mucho me equivoco, o Zapatero tendrá suerte si logra concluir no sus queridas reformas sino tan sólo las primarias que permitan a su partido presentarse en las debidas condiciones a unas elecciones anticipadas.
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