miércoles, 8 de junio de 2011

Problemas de una zona monetaria sub-óptima

Como he señalado en alguna otra ocasión, los mecanismos de ajuste en una zona monetaria óptima, frente al aumento del desempleo en una región de la misma, son tres. Primero, transferencias de recursos desde las regiones con desempleo bajo a la región con desempleo alto, en previsión de que la situación sea meramente transitoria. Segundo, reducción del nivel general de precios de la región con desempleo alto comparativamente a los de las regiones con desempleo bajo, lograda a base de reducir el nivel general de salarios de la primera; algunas veces, a esto se le llama devaluación interna, por contraste con la devaluación externa, lograda por simple modificación del tipo de cambio (que en una zona monetaria no puede cambiar). Tercero, emigración de mano de obra desde la región con desempleo alto a las regiones con desempleo bajo. En la Unión Monetaria Europea, o sea, en la zona euro, han fracasado los tres mecanismos. No hay transferencias comunitarias previstas por ese motivo, los salarios han resultado ser – previsiblemente – rígidos a la baja y la emigración encuentra barreras idiomáticas y culturales muy fuertes.

Sin embargo, las transferencias se han efectuado. Sólo que no han sido transferencias desde la Unión Europea sino desde los gobiernos nacionales. En un famoso artículo escrito en 1948 (A Monetary and Fiscal Framework for Economic Stability: «Un marco monetario y fiscal para la estabilidad económica») del que nunca renegó, Milton Friedman reconoció que el aumento del déficit público, cuando se reducen los ingresos públicos por aumento del desempleo mientras se mantiene temporalmente el gasto público, es un estabilizador automático (en su terminología, built-in), la clase de estabilizadores que él consideraba «buenos». Yo diría, más bien, que inevitables. E, inevitablemente, los países de la zona euro que más han visto crecer el desempleo en esta crisis han registrado importantes aumentos del déficit público en la primera fase de la crisis, mientras se mantuvo la esperanza de una pronta recuperación y el propio Fondo Monetario Internacional abogaba por estímulos fiscales. El quid de una zona monetaria óptima es que la importancia del déficit colectivo habría sido mucho menor, al repartirse entre todos los países en vez de concentrarse en los más débiles, siendo exactamente esto último lo ocurrido en la zona euro.

En cuanto a la necesaria devaluación interna cuando la crisis se prolonga, no tiene por qué ofrecer particulares dificultades – desde un punto de vista estrictamente económico – en una zona monetaria óptima; puede haber ciertas diferencias entre el modelo liberal y modelo socialdemócrata, pero a los efectos que ahora trato no son importantes. Una zona monetaria sub-óptima es harina de otro costal. En relación con la deuda externa, y la deuda pública en parte es externa (en España, por ejemplo, es externa la mitad), la reducción de precios actúa como el ajuste cambiario, es decir, encarece el pago de la deuda externa. Lo más importante de todo es que lo encarece también para el gobierno. Al reducirse los precios y salarios expresados en la moneda común, se reduce igualmente la recaudación tributaria expresada en moneda común, con lo que la cancelación de la deuda pública se aleja en el tiempo. Ese problema no existiría de haber habido transferencias comunitarias en el momento en que debería haberlas habido. Y se trata de un problema, a ojos vista, que disminuye los incentivos del gobierno para afrontar el duro conflicto social que toda reducción de salarios comporta. No es extraño que no deje de oírse el runrún de la salida de Grecia del euro. Después de todo, si la única solución que les queda es la devaluación interna, con su nivel de endeudamiento, casi tanto les da igual como les da lo mismo.

La emigración está funcionando un poco, pero de manera perversa. Ni griegos ni portugueses ni españoles – por citar los países con mayor desempleo – se mueven. Únicamente los irlandeses parecen dispuestos a hacerlo. Pero en vez de emigrar a los países centrales de la UE, donde hay oportunidades de empleo, prefieren hacerlo a Australia y otros países donde se habla inglés y hay una nutrida colonia de descendientes de irlandeses emigrados en el siglo XIX y a comienzos del XX.

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