lunes, 15 de febrero de 2010

1932

Habrán oído toda clase de peregrinas explicaciones. Que si Grecia y España no han hecho sus deberes, que si hay una conspiración contra España (que no se puede comparar con Grecia, faltaría más), que si la conspiración es contra el euro, que si lo que hay es una especulación capaz de arruinar países enteros, que si un keynesianismo trasnochado es el responsable... Pero todas ellas, o son falsas, o tienen algo de superficial.

Brevemente, la crónica de los hechos se podría resumir así. Tras la quiebra de Lehmann Brothers, en septiembre de 2008, universalmente considerada como el comienzo oficial de la crisis, todos los organismos internacionales difundieron la doble consigna de sostener al sistema bancario (contaminado, en medida entonces aún ignorada, por activos tóxicos) y poner en marcha impulsos fiscales para sostener la demanda. Todo ello presuponía, previsiblemente, fuertes incrementos del gasto público y, en presencia de una más que probable caída de la recaudación tributaria, un aumento considerable del déficit público. Parecía preferible la financiación ortodoxa de ese déficit, pero la destrucción de riqueza registrada durante la crisis, unida a la general ausencia de liquidez, no permitían albergar muchas esperanzas de que el ahorro disponible pudiera hacerse cargo de la financiación que iban a necesitar, prácticamente todos al mismo tiempo, los países más sacudidos por la crisis.

En el caso de la Unión Monetaria Europea, la solución pasó por una serie de operaciones suplementarias de financiación del Banco Central Europeo a plazo de un año, a un coste para las entidades bancarias del 1 por ciento de interés anual. El negocio no estaba mal: los bancos obtenían prestado al 1 por ciento y lo invertían en deuda pública al 3 y pico por ciento. Así se ha estado financiando el déficit público durante casi año y medio. En la actualidad, hay vivos 614.000 millones de euros, resultantes de tres operaciones que vencen: el 1 de julio, 442.000 millones; el 1 de octubre, 75.000 millones; y el 23 de diciembre, los restantes 97.000 millones.

El otoño pasado el BCE se tomó en serio los indicios, observados desde el verano, de que Alemania y Francia estaban en franca reactivación. El temor a rebrotes inflacionistas volvió a instalarse en el centro de sus preocupaciones. La reactivación franco-alemana prometía disminuir rápidamente el déficit, reconduciéndolo a la tasa del 3 por ciento, fijada como máximo en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que la Unión Europea había decidido dejar en suspenso temporalmente en lo más álgido de la crisis. Pero ahora las cosas cambiaban; el liderazgo franco-alemán iba a permitir disciplinar a los demás miembros de la Unión Monetaria, sobre todo algunos, mucho menos serios a todos los niveles, empezando por los PIGS (siglas de Portugal, Italia, Grecia y Spain, o sea, España, que componen la palabra inglesa CERDOS). Consecuentemente, el BCE anunció que este año 2010 ya no habría más operaciones suplementarias de financiación a plazo de un año.

Lo que está por ocurrir es lo siguiente. La financiación a un año ha condicionado el vencimiento de la mayor parte de la deuda pública, que ha tenido que emitirse a corto plazo. Así, en el caso de España, en 2010 hay que obtener 225.000 millones de euros, de los cuales únicamente 34.000 euros son para financiar el déficit público de este año; el resto es renovación de deuda que financia el déficit de años anteriores. Con las operaciones a un año, una gran parte de esas necesidades ha podido ser cubierta por la banca, que a su vez obtenía sus recursos del BCE. Pero, ahora, ¿qué habrá que hacer? Sólo hay una respuesta: acudir al mercado de capitales, convencer a los ahorradores de que nuestra deuda es tan segura como la que más. Y todos los países de la Unión Monetaria con necesidades financieras tendrán que hacer lo mismo, al mismo tiempo. La competencia será feroz, y es dudoso que haya recursos para todos. De ahí los temores que han surgido en torno a la situación financiera de los más débiles: Grecia, Portugal, España…

He aquí, para chasco, que Alemania está viendo frenar en seco su reactivación. Con esto no contaban quienes dirigen el BCE. Si Alemania no cierra la brecha de su déficit, como estaba previsto, terminará compitiendo con Grecia, España y los demás países débiles para renovar su propia deuda. Difícilmente habrá para todos. El error podría ser de los que hacen historia, a la altura del cometido por la Reserva Federal en 1932, cuando optó por “disciplinar” al sistema bancario estadounidense denegando su apoyo a las entidades con mayores problemas por considerarlas “ineficientes”. Quebró uno de cada diez bancos y se evaporó un tercio de todos los ahorros materializados en depósitos. La primera medida de Roosevelt en la presidencia fue decretar unas ‘vacaciones bancarias’ para evitar la propagación de las quiebras. Pese a todo, Estados Unidos se deslizó hacia lo más profundo de la Gran Depresión y tendría que pasar más de un lustro antes de que el país empezara a ver la luz al final del túnel. Error tan monumental es el que se quiso evitar a toda costa en el otoño de 2008.

Pues bien, si las cosas vienen mal dadas, dentro de un siglo se podría hablar todavía del gran error de 2010, cuando el BCE dejó caer a buen número de países de la Unión Monetaria por exceso de celo en disciplinarlos. Un error que los estadistas del futuro tratarán de evitar por todos los medios, por lo funestos efectos que habrán de derivarse de él.

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