Dublín, Pekín, Barcelona
Es curioso cómo funciona la mente. A veces hace falta irse relativamente lejos para entender lo que pasa junto a nosotros. Estoy pasando unas cortas vacaciones en Irlanda, y la primera noche en Dublín encendí el televisor para ir acostumbrando el oído. Tuve la oportunidad de ver un programa sobre el ayuntamiento de la ciudad y sus logros. Entre ellos, se mencionó el siguiente. Una encuesta reciente entre ejecutivos de multinacionales norteamericanas acerca de sus preferencias en cuanto a que ciudades del mundo, fuera de Estados Unidos, donde les gustaría ser destinados, dio el siguiente resultado. La preferida es Londres, por razones comparables a las que habrían movido a los intelectuales de toda Europa en los sesenta a responder «París». El segundo lugar estaba compartido por tres ciudades: Pekín, Dublín y Barcelona. Pekín, porque es la ciudad con mayor índice de crecimiento y de negocios del mundo; los ambiciosos la eligen sin dudar. Dublín, porque hay que conocerla para darse uno cuenta de lo bien que se vive en ella, aparte de por el inglés. Y Barcelona… Barcelona, es bona si la bolsa sona.
Así se entiende mucho de lo que les pasa a los catalanes, y que a los demás nos cuesta entender. Barcelona es una ciudad de referencia mundial en el mundo de los negocios. Madrid, por ejemplo, no. No puede serlo con un gobierno que se obstina en defender cosas tan trasnochadas como el habito de fumar (y, para muchos, los toros) y que data en el 2 de mayo de 1808 el nacimiento de nuestra Nación: precisamente, oponiéndose de forma cerril al mayor intento de globalizar la Ilustración que habían conocido los siglos.
Uno no puede dejar de entender el problema de los catalanes. Pongamos la lengua, por ejemplo. Lo que quieren es declarar el catalán lengua preferente, lo que significa ahorrarles a los ejecutivos extranjeros el trabajo de aprender dos lenguas y la incertidumbre de moverse de forma imprevisible entre ellas. Quieren que sus hijos sean bilingües en catalán e inglés, no trilingües, lo que es mucho más costoso. Si se piensa bien, es justo en términos de igualdad de oportunidades. Nuestros hijos solo tienen que aprender dos lenguas, castellano e inglés; los suyos tres: catalán, castellano e inglés. Es claro cuál se tiene que caer de las tres.
El problema donde yo lo veo radica en la bancarrota del catalanismo, es decir, del esfuerzo consciente por hacer que la economía y la sociedad catalanas lideren el proceso de modernización de nuestro país. En este sentido, he sido catalanista siempre. Y creo que somos muchos los que pensamos que, lo mismo que el Barcelona está enseñando a toda España cómo se juega al fútbol, Catalunya tiene otras muchas cosas que enseñarnos. El paso al nacionalismo, y sobre todo al independentismo, me parece un retroceso obvio en las aspiraciones catalanas. Porque supone renunciar a toda pretensión de liderazgo. Viene a ser como decir: con estos castellanos ya no se puede hacer nada; mas vale que lo intentemos nosotros solos. Pero, intentar ¿qué?
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