De la elegancia y falta de espíritu práctico en economía
Veo a Álvaro Anchuelo, catedrático en la Universidad Rey Juan Carlos y de lo mejor que hay en el circuito académico, asistiendo a las reuniones para el pacto nacional en representación de Unión Progreso y Democracia. Resulta que es miembro de su consejo de dirección. No tenía ni idea de esa actividad política, y la verdad es que me parece encomiable. El primer día, fue el único que dijo algo sensato: “Cuando queda poco dinero el guión es importante, y el que nos acaban de presentar carece de medidas de calado”. Buscando más cosas suyas en la red, he dado con una vídeo-entrevista donde expone de forma coloquial el programa de su partido (aquí). Sus recetas: reformar los órganos de gobierno de las Cajas de Ahorros y racionalizar la administración autonómica, incluso si para ello hay que reformar la Constitución. Bastante razonable, incluso cabiendo algún comentario.
Me decepciona, en cambio, su discurso sobre la reforma del mercado laboral. Denuncia la injusticia de los contratos temporales (“sin ninguna indemnización, en la mayor parte de los casos”) y la especial incidencia del paro entre los jóvenes, las mujeres y los inmigrantes, para mostrar su adhesión a la propuesta de los Cien, es decir, a un contrato único con indemnización creciente a lo largo del tiempo.
Cuantas más vueltas le doy al contrato único de trabajo, más convencido estoy de que los economistas más brillantes lo defienden porque es una solución elegante. Ejerce una fascinación parecida al tipo único en el impuesto sobre la renta, que propuso Friedman y hace unos años defendiera Miguel Sebastián, ¿lo recuerdan? La elegancia formal es la pasión de los economistas, con poca o ninguna atención a los efectos prácticos. Tristemente, esa pasión sostuvo el impulso desregulador de las tres últimas décadas, que es lo que nos ha traído al punto en que estamos.
Todo el empleo que se crea ahora es sobre la base de contratos temporales (el índice de rotación no puede ser ya más elevado), precisamente porque no tienen indemnización en la mayor parte de los casos. Ahora, por tanto, la indemnización de los contratos indefinidos no frena en absoluto la creación de nuevos empleos, porque esa indemnización no es de aplicación a los puestos de trabajo cuya creación están decidiendo los empresarios. A menos que se sostenga la teoría – que no he oído defender todavía pero espero que alguien se decida pronto a hacerlo – de que sería bueno “purgar” a las empresas ajustando sus plantillas antes de proceder a expandirlas de nuevo, el contrato único con indemnización reducida no va a ayudar nada al empleo. Lo que se dice nada, pero nada, nada.
Más elegante que la abigarrada panoplia de modelos contractuales que hay ahora, sí que lo es. ¿A quién se le ocurriría negarlo?
Etiquetas: despido, mercado laboral
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