viernes, 14 de mayo de 2010

A las puertas de una nueva Gran Depresión

Es difícil conservar la claridad de juicio en momentos de tanta gravedad como los que vivimos. Estamos entrando en una nueva Gran Depresión, la tercera en ciento cuarenta años. El mundo fue capaz de esquivarla en 2008, tras el credit crunch provocado por la crisis de las hipotecas-basura, pero ahora se ha hundido hasta las cejas en la crisis de la deuda soberana. ¿Responsable? Tras el verano de 2009, se quiso vender al público con excesiva rapidez la teoría de que el mundo estaba saliendo de la recesión. Era verdad en Estados Unidos, donde los estímulos fiscales habían sido particularmente intensos, aunque mucho menos en Europa. No obstante, en Alemania había elecciones generales y el partido de Ángela Merkel las ganó con un programa de restaurar la estabilidad financiera, que condujo a su alianza con los liberales.

En lugar de financiación ortodoxa de los estímulos fiscales, mediante emisiones de deuda, el Banco Central Europeo tendría que haber procedido a su monetización, en el momento de su emisión o mediante operaciones de mercado abierto. Esta semana el BCE empezó a comprar deuda soberana de los países miembros, pero ha empezado con seis meses de retraso. Quizá es demasiado tarde. Si el euro se hace pedazos, no hay que mirar en ninguna otra dirección para buscar las causas del fracaso.

Hoy los mercados vuelven a caer. El argumento ahora es que quizá las medidas de ajuste que se están tomando en Grecia, Portugal y España, y que están por tomarse en el Reino Unido, dificultarán en exceso la recuperación económica, necesaria para que pueda recaudarse lo suficiente mediante tributos como para pagar intereses y devolver la deuda. ¡Pues claro! Esto empieza a ser sensato, pero tardío. Mientras se perdía una eternidad discutiendo sobre medidas de efectos insignificantes sobre la coyuntura, como la reforma laboral (que, por lo demás, ya es políticamente inevitable), nadie se ha percatado de que lo más urgente, desde el punto de vista macroeconómico, era aislar las decisiones de política económica de las erráticas oscilaciones de los mercados. Y la única forma de lograr esto, como no me he cansado de repetir, era forzar compras masivas de deuda pública por el BCE.

Ahora las cosas se ponen difíciles de verdad. Puede que en unos meses no tengamos ya euro. Ojalá que no, porque eso las pondrá más difíciles todavía. Pero si ése llegara a ser el caso, esperamos al menos que se haya aprendido la lección.

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@purgatecon

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