El G-20 se reúne, una vez más
A primera vista y degradada de encuentro de jefes de Estado y gobierno a mera asamblea de ministros de Economía y Finanzas, la reunión del G-20 se ha convertido en la cumbre mundial de la tecnocracia. Los políticos no supieron qué hacer con la crisis y ahora delegan en los técnicos. Pero los técnicos no saben tampoco qué hacer. Lo que saben es que unos activos tóxicos destruyeron la confianza, pero no tienen ni idea de cómo restaurarla. Tienen tan poca idea que quieren empezar por ponerse de acuerdo en una serie de indicadores que les diga, sin error posible, qué pasa. O sea, empiezan por tratar de armar un oráculo. Es improbable, con todo, que lleguen siquiera a acordar eso.
Y como los técnicos no se ponen de acuerdo, los políticos vuelven a ocupar la escena, cada uno barriendo para casa. La cosa empezó con el presidente francés, Nicolas Sarkozy, como anfitrión de la cumbre, tratando de convencer al G-20 de que hay que poner freno a la especulación en los mercados de materias primas, que amenaza con provocar una crisis alimentaria global. Los países emergentes ya han dicho que, de eso, nada. Según éstos los precios de las materias primas suben por la expansión monetaria en los países desarrollados, que empuja el dinero hacia los mercados donde se intercambian aquéllas. Ni Estados Unidos ni Europa tienen intención de modificar sus políticas, de momento.
En el segundo acto, y vista la airada reacción de los países emergentes, la cumbre está degenerando en precampaña de las presidenciales francesas, a lo que contribuye que la reunión se celebre en París. El director del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, presente en la cumbre, ha venido a sostener la teoría de que la economía mundial empieza a reactivarse a dos velocidades, y que el problema lo tienen los países de la velocidad lenta. Parece consolador, pero no hay que fiarse. Strauss-Kahn aspira a ser designado candidato socialista a disputarle la presidencia a Sarkozy. Como Francia crece menos que la media europea, el aun director del FMI sin duda confía en atacar a Sarkozy, desde una posición de autoridad técnica, por haber mantenido a Francia en el pelotón de los torpes. (Tendría gracia que el líder supremo de la tecnocracia global acabara convertido en paladín de la izquierda política francesa).
La reacción de la ministra francesa de Economía, Christine Lagarde, es comprensible. En dos intervenciones en la cumbre, ha insistido en que el problema de la economía mundial radica en los desequilibrios cambiarios, las bruscas oscilaciones en las cotizaciones de las distintas monedas. Tesis que la ha llevado defender una profunda reforma del sistema monetario internacional. Uno apostaría por esta teoría, pero tampoco hay que fiarse. Siendo el mantenimiento de la estabilidad cambiaria negociado principal del FMI, el análisis es una crítica implícita a este organismo – y, por supuesto, a su director – por la incapacidad demostrada en la gestión de la crisis. No sin motivo, el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, ya ha dicho que a él no le metan en sus peleas: Alemania rechaza todo límite impuesto a sus exportaciones, que – según él – tienen su origen en la productividad de su industria y no en la manipulación de los tipos de cambio.
Uno estaría tentado de decir otra cosa.
Etiquetas: crisis, Fondo Monetario Internacional, internacional
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