jueves, 1 de abril de 2010

Haití

Parece que, por fin, la comunidad internacional va a volcarse con el pueblo haitiano. La actual conferencia de ayuda, tercera desde el devastador terremoto de principios de año, ha reunido un total de 4.000 millones de euros de ayuda, más de la mitad de esa suma de la Unión Europea (1.200 millones) y de Estados Unidos (1.150 millones). España ha tenido un protagonismo fundamental en el compromiso comunitario, y es el país europeo que más contribuye (346 millones), tercero del mundo detrás de Estados Unidos y Canadá.

La cifra española es muy importante, más que la de Francia, por ejemplo, que aparentemente tendría más motivos para interesarse por el país caribeño. Para que se haga el lector una idea de esa importancia, baste con señalar que, este año, la administración pública española – en principio, la central pero es de suponer que también la autonómica y local – va a reemplazar únicamente una de cada diez bajas de personal causadas por jubilación. Si el año pasado se convocó un total de veinte mil plazas de oferta de empleo público en la administración central, este año serán poco más de dos mil. Esto no dejará de tener efectos, que algunos ya están anunciando, en materias sensibles como la seguridad ciudadana, al reducirse el número de servidores del orden, por ejemplo. Pero son los tiempos que corren; Austeridad es su nombre. Discrepo, pero mi opinión no cuenta. Así, la administración ahorrará 280 millones de euros al año.

En otras palabras, lo que España ha donado a Haití es de mayor importe que lo que se va a ahorrar con un año de reducción de empleo público. Es verdad que en los sucesivos la reducción continuará gravitando positivamente sobre las cuentas públicas – no así sobre los servicios de la administración – mientras que la donación tiene un carácter puntual, de modo que sus efectos se agotan – esperemos – este año. Pero las cifras cantan y quedan ahí para mostrar la magnitud del esfuerzo solidario de España.

Y, como es inevitable, muchos se preguntarán: “¿Es necesario que España trate de destacar en esto, en momentos en que atravesamos semejantes dificultades?” Y los diplomáticos darán su respuesta, a saber, que este semestre España ostenta la presidencia de turno de la UE, y que se haría un flaco servicio al protocolo siendo ruines en este tema. Hay que ser espléndido, en correspondencia con el honor que representa la susodicha presidencia. Es ésta una respuesta muy española: los países del norte de Europa valorarían de forma muy distinta la cuestión.

Creo que hay una respuesta mejor. España ha estado en el ojo del huracán de los mercados durante la mini-tormenta monetaria de febrero. Al suscitarse dudas sobre la capacidad de Grecia de devolver su deuda soberana, por contagio surgieron dudas similares sobre la capacidad de España; dudas que la gira del secretario de Estado de Economía por Londres, París y Nueva York logró aplacar, pero no desvanecer del todo. El problema sigue estando ahí, latente, como quien dice, esperando la menor oportunidad para saltar de nuevo a la palestra.

Pues bien, cuando hay dudas sobre la capacidad de pago de uno mismo, es cuando hay que gastar a manos llenas y de la manera más ostensible. Si uno escatima, da la impresión de que, en efecto, carece de recursos, y con eso las dudas se convierten en certezas de pánico para los mercados. Es una ley financiera que enunció hace ciento cuarenta años Walter Bagehot en Lombard Street, el clásico de economía sobre la City londinense.

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@purgatecon

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