¿Estabilidad ó empleo?
Los dilemas son especialidad de los economistas. “¿Cañones ó mantequilla?” es el más clásico, que todavía aparece en libros de texto de introducción a la disciplina. Dejando a un lado alardes académicos, el de mayor actualidad es el que encabeza estas líneas. Grecia, sin ir más lejos, se puede olvidar para varios años del crecimiento y el empleo.
Los problemas de Grecia sacaron a la luz el límite de los impulsos fiscales para evitar la depresión. El impulso fiscal se traduce en déficit público, y el déficit hay que financiarlo. La decisión europea, en octubre de 2008, fue financiar el déficit de manera ortodoxa, es decir, emitiendo deuda pública. Esto devolvía, a medio plazo, un protagonismo a los mercados – que son quienes adquieren la deuda – que desmentía las declaraciones de los políticos de reformar el sistema cuyos fallos nos habían sumido en la peor crisis de los últimos setenta años.
Cerrado el paréntesis de monetización parcial del déficit por el Banco Central Europeo, con la terminación de las operaciones de financiación suplementaria a plazo de hasta un año, la mini-tormenta monetaria de febrero supuso la reentrée de los mercados en escena. La llamada “conspiración contra el euro” no fue más que una reacción, por momentos rabiosa, de autoafirmación de sus animal spirits tras casi año y medio de ser objeto de continuas críticas por la opinión y los gobiernos. Precisamente eran los gobiernos europeos, que habían alardeado de poder reorganizar las finanzas globales con arreglo a principios políticos, quienes venían ahora a los mercados en busca de recursos con que sostener sus finanzas nacionales: ese gesto enterraba las expectativas de reforma despertadas. Pero la responsabilidad última no es de los mercados, sino de quien les ha devuelto un protagonismo que no deberían haber recuperado sin profunda reforma.
El déficit se tiene que financiar estructuralmente, al menos en una parte sustancial, mediante la adquisición de deuda soberana por el Banco Central Europeo para su devolución en plazos de hasta treinta años y dejando que se deprecie el euro, según vengo sosteniendo desde hace meses (aquí, pág. 9). Una política financiera apoyada en la autoridad monetaria permitiría poner un límite político, negociado en el seno de la Unión Europea, al volumen del déficit, y no uno que parece establecido por fuerzas naturales (las “fuerzas del mercado”), y que amenaza con abortar la reactivación económica antes de que haya empezado. Es crucial desvincular la lucha contra el desempleo del comportamiento de los mercados, y eso sólo puede garantizarlo el BCE, aunque ciertamente no por tiempo indefinido: ahí radica el dilema; pero sería de esperar que al menos durante el tiempo necesario para reformar la arquitectura financiera internacional de resultas de una enérgica actuación, concertada entre la Norteamérica de Obama y la UE. La solución adoptada para Grecia es de una calidad muy distinta. Se sigue estando a merced de los mercados.
La ceguera de los economistas, reacios a reevaluar el liberalismo luego de tres décadas de sacralizarlo, y el acomplejamiento de los estadistas frente al laberinto económico están malogrando de consuno una oportunidad de oro – estoy por decir que una ocasión histórica – de reformar a fondo la arquitectura financiera internacional, con que el mundo parecía comprometido todavía hace menos de un año. Faltan altura de miras y estatura política. El precio que todos habremos de pagar no es otro que poner la recuperación en manos de los mismos mercados, exactamente los mismos, que nos hundieron en la crisis.
Etiquetas: Banco Central Europeo, crisis, deuda, macroeconomía, mercados, políticas económicas, Unión Europea
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