martes, 30 de marzo de 2010

Diversidad sostenible

No se vea en mi escepticismo ante el coche eléctrico cien por cien una oposición al cambio de modelo productivo, al que mañana me referiré in extenso. Al contrario. Hay que buscar salidas al consumo ingente de combustibles fósiles (no sólo petróleo sino también gas natural) que acarrea cualquier actividad que realizamos, y salidas que sean viables a plazos más cortos que los prometidos por el automóvil eléctrico. Muy, muy resumidamente: si cambiamos todos los combustibles fósiles que mueven el transporte rodado de hoy por energía eléctrica, no habrá forma de resolver la ecuación energética sin acudir en masa a la energía nuclear, o sin llenar el país de centrales térmicas de gas natural (peores, en términos medioambientales, que las nucleares). De otra forma, el balance energético no cuadra. Claro que hay alternativa: viajar en preciosos trenes de alta velocidad, desplazarnos en maravillosos coches cien-por-cien eléctricos, pero no bajar de cinco millones de parados. Ser una sociedad, en definitiva, en que las utilities – es decir, las grandes compañías de servicios de electricidad, de gas, ferroviarias, aéreas, etc. – tengan garantizado un elevado nivel de ingresos mientras desaparece el tejido empresarial de pequeño y mediano tamaño porque el consumidor carece de renta disponible tras las exacciones impuestas por la política industrial y de vivienda (véase la entrada de ayer).

Prefiero el reciclado de aceite vegetal. ¿Saben ustedes que los trenes que circulan por los parques Disney de todo el mundo están movidos, al cien por cien, por aceite reciclado de las cocinas de los restaurantes de esos mismos parques? Es verdad que el aceite vegetal, al quemarse, emite CO2. Pero no es menos cierto que antes, al crecer la planta de la que ese aceite ha sido extraído, restó gases de efecto invernadero de la atmósfera. El débito se compensa con un crédito anterior.

En el Reino Unido, han descubierto que los motores diesel son aptos para una pequeña transformación, con un coste aproximado de 700 libras (menos de mil euros), que les permite funcionar exclusivamente con aceite vegetal usado en cocina. Increíble, pero cierto. Ya se ha organizado un mercado de aceite usado y de conductores dispuestos a reciclarlo en sustitución del gasóleo de automoción; empresas que disponen la recogida de aceite de freidurías de fish and chips y otros restaurantes, y que lo venden a domicilio por Internet. Los efectos resultan beneficiosos desde múltiples puntos de vista: menor dependencia de las importaciones de combustibles fósiles y ahorro de divisas, práctica desaparición de una de las sustancias que más contaminan los aguas, and last but not least abaratamiento del transporte para los usuarios del automóvil.

No lo creerán, pero al gobierno no le gustó. El gobierno de Su Majestad, como el nuestro, depende en alto grado de impuestos especiales que gravan el uso de combustibles fósiles y sus derivados, recaudados de los conductores de vehículos a motor diesel que queman gasóleo pero no de los conductores de vehículos a motor diesel (con una pequeña transformación, casi doméstica) que queman aceite de cocina reciclado. Se entiende el pánico del gobierno: de generalizarse el uso del invento, los ingresos fiscales podrían recibir un buen mordisco. En consecuencia, ha tratado de combatir la “innovación” por todos los medios. Se ha tachado a sus partidarios de defensores de la economía cutre. Se ha intentado ilegalizar la transformación por supuesto aumento de los riesgos en la conducción (sin éxito: la sustitución es prácticamente perfecta e inocua para la conducción). El público británico (a diferencia del español) tiene una noción intuitiva de la economía que no le permite cerrar los ojos a la liquidación de un mercado surgido espontáneamente. Muchos opinan que el desempleo desaparecerá gracias a la multiplicación de mercados así, y no a la acción esquilmadora de las utilities.

Cuando perdí de vista el culebrón mediático de la transformación de motores diesel para usar aceite de cocina reciclado, el gobierno británico estudiaba generalizar el impuesto sobre hidrocarburos de origen fósil a cualquier combustible de automoción, aunque su origen sea vegetal. Pero el asunto no era sencillo. Este impuesto se justifica por la contaminación generada en la combustión; en esto, el aceite reciclado no difiere del gasóleo. Sin embargo, si la contaminación justifica el impuesto, la eliminación de aceite vegetal, serio contaminante de las aguas, justificaría una subvención. Da la impresión que los estudios del gobierno británico le llevaban a la conclusión de que todavía tendría que dar dinero a los conductores que usan aceite reciclado, porque su contribución al ahorro en la depuración de aguas es de mayor valor que su emisión de gases contaminantes. ¡Y hasta ahí se podría llegar!

Al final, parece que el gobierno se ha resignado a tolerar el fenómeno con tal de tenerlo circunscrito a conductores con cierto perfil de “marginales”, manteniendo la presión mediática para desanimar al conductor medio en vez de promocionar la solución. No es, desde luego, la solución que va a terminar con el uso de combustibles fósiles (no hay tanto aceite usado que reciclar), pero sí una de las muchas iniciativas que tendrían que ponerse marcha al efecto. Al menos, se ahorraría bastante en depuración de aguas. ¿No es esto economía sostenible, al cien por cien?

No digo que nos olvidemos del coche eléctrico. Digo que, como política industrial, hay que promocionar las innovaciones que pueda utilizar la mayoría con preferencia a las que sólo va a utilizar una minoría. Si yo fuera ministro de Industria, compraría a los ingleses la patente de la transformación de motores diesel, metería ésta en un paquete más amplio de promoción de los biocombustibles (sobre los que tengo algo que decir), y negociaría el próximo plan renove con los fabricantes condicionándolo, entre otros extremos, a la incorporación de la transformación a modelos de serie. Si no hubiera en España empresarios para organizar el mercado de recogida del aceite usado, me traería del Reino Unido a los que han sabido organizarlo allí pese a la oposición del gobierno, para que lo organizaran aquí con su apoyo. Siendo absolutamente beligerante en Europa, me aliaría con Alemania en el tema del biodiesel a cambio de su aval en este otro tema.

Ésta es mi apuesta de presente. Cada vez que alguien dice “esto es el futuro”, parece predecir un monopolio; como si las alternativas estuvieran condenadas a desaparecer para que el futuro pueda ser realidad. Es cuestión de gustos o, como dicen los economistas, de preferencias. Prefiero la diversidad sostenible en una sociedad abierta a la ingeniería de sistemas con ecos de ciencia ficción.

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@purgatecon

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