martes, 6 de abril de 2010

Llamando a las puertas del cielo

Las hojas de ruta hacia la paz no sirven para nada. La que está operativa en Oriente Próximo, para menos. Lo puso en marcha George Bush en 2002-2003 con objeto de frenar la segunda Intifada y apartar a Yasser Arafat de la dirección palestina. Una vez conseguidos ambos objetivos, la hoja de ruta, que tendría que haber conseguido la creación en tres fases de un Estado palestino en 2005 a lo más tardar, languideció. No se ve por qué el presidente Obama tendría que sentirse atado a ella.

Todos desean la paz, ¿quién no? Casi todos concuerdan, así mismo, en empezar un proceso hacia ella, pero discrepan en cuanto a las etapas intermedias. Si se dice: “Tratemos, primero, de alcanzar el punto A”, unos cuantos, quizá un bando entero, abandonarán la hoja de ruta. Si se continúa diciendo: “Vayamos ahora al punto B”, todavía menos gente continuará en el proceso. Éste contará cada vez con menos apoyos, conforme se trata de alcanzar nuevas etapas. En el momento en que se supone que éste tendría que culminar, casi nadie recordará que una hoja de ruta hacia la paz está pendiente de ejecución. Y cuando a alguien se le ocurra recordárselo a los demás, algún otro aprovechará cambios en la correlación de fuerzas para imponer modificaciones en la hoja de ruta misma. Esto es lo que acaba de ocurrir: Israel quiere imponer una etapa intermedia que había sido excluida, el continuar con los asentamientos de colonos en los territorios ocupados en 1967, que tendrían que haber quedado “congelados” desde el primer momento. En las hojas de ruta las etapas intermedias hacen que la gente pierda de vista el punto de destino. Lo que se necesita es resaltar el punto de destino para hacer que la gente se olvide de las etapas intermedias y éstas queden para cuando se haya llegado.

Trabájese, así pues, en clarificar el punto de destino. Hay que ser ambiciosos, porque únicamente un ambicioso punto de destino será tan poderoso en imágenes como para que la gente pierda de vista las etapas intermedias. Lo que se necesita en el Próximo Oriente es construir algo parecido a la Unión Europea. ¿Parece absurdo, verdad? Pues ahí está precisamente la fuerza de la imagen. (Para más detalle, véase la página que lleva por título “Un plan de paz para Oriente Próximo”, más arriba).

Fíjense bien. Al término de la segunda guerra mundial, Francia y Alemania se odiaban mutuamente de modo tan fiero como israelíes y palestinos lo hacen hoy en día. Se habían enzarzado en sendas carnicerías tres veces en tres cuartos de siglo: 1870, 1914-1918 y 1939-1945, una vez cada cuarto de siglo. Cada uno había matado a cientos de miles de ciudadanos del otro país. En 1945, Francia no sólo era una de las potencias ocupantes de la derrotada Alemania, junto con Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Soviética, sino que además apoyaba el llamado Plan Morgenthau para desmantelar la industria germana y transformar Alemania en un país de agricultores y pastores. Sin embargo, cinco años después, tan sólo cinco años, Francia y Alemania habían alcanzado un acuerdo duradero – el acuerdo de 9 de mayo de 1950 – que dio origen a la Comunidad Europea.

Es verdad, sin duda, que la sensación de peligro provocada por un nuevo y más formidable enemigo – la URSS – ayudó a franceses y alemanes a cambiar su percepción del enfrentamiento que mantenían tradicionalmente. Pero no es menos cierto que también existe un enemigo común tanto de israelíes como de palestinos y, en general, todos los árabes moderados, que ha demostrado con creces su capacidad de perturbar el orden mundial.

[Nota añadida a las 18:18 del 8 de abril: En un comentario extremadamente ilustrado enviado por email, mi amigo Isidro López Cuadra cita una vez a Antonio Gramsci, sin mencionarlo, y añade la referencia de La paz perpetua, de Immanuel Kant, en apoyo de la tesis sostenida en esta entrada y en "Un plan de paz para Oriente Próximo". Gracias, Isidro, por la bibliografía complementaria].




Panorámica de Jerusalén desde el Monte de los Olivos, con el Muro de las Lamentaciones en primer plano, el Monte del Templo inmediatamente detrás, y la refulgente Cúpula de la Roca destacando sobre el conjunto. (Foto: Wayne McLean).

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