viernes, 15 de abril de 2011

Islandia

Vivimos un tiempo aficionado a las simplificaciones. Quienes quieren ver en el rechazo mayoritario de los islandeses a un acuerdo de pago a los acreedores extranjeros de los bancos de ese país, mediante impuestos, un símbolo del triunfo de la democracia sobre los mercados, olvidan que más del 40 por ciento votó SÍ y no porque les guste dar dinero sin ton ni son. Eso de que el problema es si los ciudadanos deben o no responsabilizarse de las malas prácticas de los bancos, es una caricatura del dilema, no ya económico sino incluso moral en que se encuentra Islandia.

Los bancos islandeses invirtieron masivamente en activos tóxicos, de naturaleza altamente especulativa, muy rentables pero también llenos de riesgo. Quienes invirtieron en los bonos y depósitos de elevada remuneración con que los bancos financiaban la compra de aquellos activos, sabían el riesgo en que incurrían. Cierto. Pero muchos islandeses ganaron mucho dinero con aquella especulación mientras duró, hasta el extremo de que la lluvia de dinero fácil llevó en 2006-2007 a Islandia al primer puesto del ranking mundial de Desarrollo Humano (DH) elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. El DH es un índice sintético confeccionado a partir de numerosos indicadores, que se refieren a variables tan diversas como la renta per capita, la esperanza de vida y la educación, por ejemplo. Islandia se convirtió, por decirlo de una forma gráfica, en el país más rico del mundo, en la clase de riqueza que hace felices a los seres humanos; tal es el concepto de DH. ¿Se me quiere hacer creer que la escalada de Islandia a convertirse en el país más rico del mundo no tuvo nada que ver con las «malas prácticas» de sus bancos? Entonces los islandeses hacían pocos ascos a tales prácticas. Y no puede decirse que el país lo lograra gracias a su solo esfuerzo: los bancos islandeses fueron adelantados en la banca online, atrajeron ahorros de todo el mundo, abrieron sucursales en Guernesey y la Isla de Man – paraísos fiscales particulares del Reino Unido – y luego también en la City de Londres. ¿Cómo, si no, habría ahora afectados 350.000 inversores británicos? Pero no paró ahí la cosa. Los bancos islandeses abrieron también sucursales en Noruega, Suecia, Finlandia y hasta en la ciudad italiana de Génova. También gracias al dinero de toda la gente así involucrada fue que los islandeses pudieron llevar su envidiable tren de vida.

Cuando llegó el crack de Lehman Brothers y arrastró con él a los bancos islandeses, el gobierno dio un paso de lo más cuestionable: garantizó los pasivos de sus bancos, pero únicamente si estaban domiciliados en sucursales en territorio islandés. Tampoco protestaron entonces mucho los islandeses; no dijeron: “Oye, no me parece justo que dejemos fuera a toda esa gente que ha prestado dinero a nuestros bancos para que llevaran a cabo esas malas prácticas que nos han permitido vivir tan bien”. No se les oyó decir nada parecido. Y cuando el gobierno británico reaccionó a la medida de Islandia congelando los activos de bancos islandeses en el Reino Unido recurriendo a una ley financiera antiterrorista, lo cual escandalizó al gobierno islandés por lo poco amigable del gesto, tampoco se oyó protestar demasiado porque a lo mejor los bancos hasta se lo merecían por sus malas prácticas y ellos, los ciudadanos islandeses, en definitiva, no tenían nada que temer gracias a la medida de su gobierno. Pero las cosas no eran tan sencillas; nunca lo son. Pronto Noruega, Suecia y Finlandia siguieron al Reino Unido. Aunque los bancos estaban intervenidos, la congelación de sus activos en el exterior limitó la disponibilidad de divisas, y pronto el gobierno islandés no tuvo más remedio que solicitar la asistencia del Fondo Monetario Internacional. Entonces se acabaron las buenas noticias y empezaron de verdad las malas.

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@purgatecon

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