miércoles, 6 de abril de 2011

El modelo inglés se impone en Europa

La semana pasada, en la resaca de las elecciones en Baden-Würtemberg, salía a la luz pública una agria controversia entre la canciller Angela Merkel y el presidente del Bundesbank y hasta hace semanas principal candidato a suceder a Trichet al frente del Banco Central Europeo, Axel Weber. El jueves, en el marco de una conferencia en Berlín de altos ejecutivos bancarios, Merkel acusó públicamente a Weber de insolidaridad con los demás países de la zona euro, por encabezar una sorda resistencia contra la decisión del Banco Central Europeo, adoptada en la madrugada del 9 de mayo de 2010, de comprar deuda soberana de los países más afectados por la crisis. Lo polémico de la intervención quedó subrayado por el hecho de que, horas antes y en esa misma conferencia, Weber se había pronunciado despectivamente acerca de una «solidaridad reclamada de quienes han cumplido con las reglas de la zona euro por quienes han incumplido esas mismas reglas». La actitud de Weber hizo crisis en febrero pasado, al anunciar que dimitiría de su cargo el próximo 30 de abril, un año antes de la terminación de su mandato. Será sucedido por Jens Weidmann, asesor económico de la canciller.

El debate tiene doble importancia para nosotros, no sólo por el tema – nosotros somos el tema – sino también porque la dimisión de Weber deja sin candidato oficial la provisión de la presidencia del BCE, que tendrá que ser cubierta en octubre. O quizá triple, desde el momento en que revela la descomposición interna de la autoridad monetaria en la zona euro. El BCE de hoy no hace casi nada de lo que se preveía en 1999, cuando empezó a funcionar. En sus inicios, las operaciones de financiación eran temporales, a plazo de dos semanas o a lo sumo de tres meses. Con la compra de deuda soberana, el BCE mantiene una fracción importante de sus activos a plazo indefinido. Mientras antes prestaba a plazo de días, o a lo sumo meses, ahora cada vez que adquiere deuda soberana añade permanentemente dinero a la oferta monetaria. Una herejía, vamos, para la teoría monetaria germana, obsesionada con la gran inflación de los años veinte. Pero eso no es más que la punta del iceberg. Lo que no se ve es de qué manera está la política monetaria atrapada por nuestra deuda y la de otros países periféricos. Desde la quiebra de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, hay barra libre para los bancos, o sea, todo el dinero que deseen al 1% de interés anual, siempre que dispongan de activos con qué garantizar su devolución. Renovando su financiación una semana tras otra, los bancos adquieren letras a doce y dieciocho meses, y hasta bonos y obligaciones a tres, cinco, diez, quince y quién sabe si treinta años. El BCE no puede restringir la cantidad de dinero sin forzar ventas masivas de esa deuda, o sea, sin provocar un colapso del Eurosistema. Los bancos ganan mucho dinero con la escalada de tipos de interés arrastrada por las primas de riesgo, y en último término confían en que la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional no dejarán caer el castillo de naipes. Pero no puede negarse que el esquema es piramidal y, en calidad de tal, incorpora un elevado riesgo sistémico.

Ahora, el BCE amenaza con subir un cuarto de punto porcentual su tipo de referencia, al 1,25% anual. Apostaría a que el único efecto de importancia será una subida más que proporcional del rendimiento de la deuda soberana, apretando todavía más el dogal que ahoga a los países más endeudados. En realidad, un cuarto de punto ni siquiera recupera, en términos de interés real, la pérdida de poder adquisitivo por efecto de la inflación. Los tipos de interés real, para la banca y para quienes pueden ofrecer garantías, continúan siendo negativos, con lo que es rentable endeudarse para especular, porque una parte de las eventuales pérdidas las devuelve el BCE a cargo de las rentas que crecen menos que la inflación. Gracias a ello, las Bolsas y en general los mercados mantienen una animada actividad, en lugar de ofrecer el perfil deprimido de la Gran Depresión o incluso de los años setenta y primeros ochenta. Así parece que hay menos crisis, y quien tiene que ganar dinero, lo gana. Y de paso vamos tratando de inflar alguna nueva burbuja que nos saque del marasmo en que estamos.

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@purgatecon

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