miércoles, 13 de abril de 2011

Errores y omisiones del supervisor bancario

Se censura estos días al Bando de España (BdE) por manifiesta incapacidad en el tratamiento de la crisis bancaria en nuestro país, incapacidad que se habría revelado de forma particularmente clara con ocasión del «desenganche» de la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM) del proyecto Banco Base. A juicio de numerosos observadores, el BdE debería haber intervenido la CAM hace tiempo. Fuentes del BdE se defienden diciendo que no había base legal para la intervención, toda vez que, pese a las pérdidas recientemente afloradas dada su exposición al ladrillo, como consecuencia de la mayor transparencia reclamada por el BdE a las entidades de crédito, la CAM ha mantenido su coeficiente de solvencia dentro de los mínimos exigidos. Es ahora, al introducirse nuevos requisitos en mínimo exigible de capital principal, ratio en que la CAM ya queda bajo mínimos, cuando se presenta por primera vez la oportunidad de intervenir en la entidad.

Esta consideración preliminar merece ya una valoración. Si el sistema bancario dispone de un marco regulador en cuya virtud el supervisor, es decir, el BdE, se ve forzado a marchar a rastras de los acontecimientos, como está pasando en España con ocasión de la recapitalización de las cajas, entonces está claro que el marco regulador no es el adecuado y lo primero es reformarlo. Una propuesta así no puede estar más lejos de las preocupaciones del BdE. No es ya que el BdE esté satisfecho con el marco regulador vigente; es que el mismo ha parecido en ciertos momentos – se lo hemos oído decir al gobierno – «el mejor del mundo». Esta creencia, que transpira autocomplacencia, es un primer error de bulto y del que emanan todos los demás.

Lo que al BdE y al gobierno les parece tan excepcionalmente bueno como para haber ido el último a alguna reunión del G-20 con ánimo de «venderlo» como fórmula de validez universal es que todas las actividades bancarias entran dentro de la misma figura institucional y están bajo el escrutinio del mismo supervisor – el propio BdE – al que nada que hagan bancos y cajas puede escapar. El BdE es como Dios, y como tal se siente y se comporta muchas veces. Pero es un dios débil, que cede, en representación de todos, al permanente chantaje a que la banca somete a la sociedad a cuenta del enorme riesgo sistémico que incorpora. «¿Cómo podemos hacer algo que perjudique a la banca? Así nos perjudicamos todos», es el argumento típico de ese chantaje. Pues bien, lo primero que se necesita es una buena reforma que baje los humos a los bancos y nos libere a todos de sufrir el chantaje, reduciendo su riesgo sistémico.

En lugar de atender a esa prioridad, el BdE y el gobierno parecen enfrascados en un proyecto de largos vuelos históricos: la Tercera Desamortización. Tras las Desamortizaciones Eclesiástica y Civil, del siglo XIX, se diría que toca la Financiera, la de las Cajas de Ahorros. Las cajas, en efecto, no sólo sobrevivieron a las dos primeras desamortizaciones, sino que, en la medida que los propios liberales las impulsaron, aquéllas son un producto espurio de la revolución liberal en España; espurio puesto que constituyen verdaderos bienes de manos muertas, bienes sustraídos a la circulación del mercado por ser su propietario confuso o inexistente. Aparentemente, este contrasentido histórico estaba necesitado de un tratamiento resuelto, por las dificultades de financiación que suponía para las cajas. A ésta «clarificación» del panorama bancario, reintegrando la propiedad de las cajas a la circulación mercantil mediante su transformación en verdaderos bancos, es a lo que la reforma en curso se ha dedicado. Y éste es un segundo y fatal error, porque semejante empeño doctrinario, que mira al pasado, no es en absoluto lo que necesita la España del siglo XXI, que debe encarar el futuro.

El problema es el riesgo sistémico de los bancos. Hay gran riesgo sistémico, por el que una entidad puede llegar a ser too big to fail o «demasiado grande para dejar de pagar», con lo que todos debemos arrimar el hombro y llegado el caso pagar por ella (véase Islandia), cuando el modelo es el de entidades que aceptan depósitos y domiciliaciones del público y gestionan sus cobros y pagos; descuentan efectos y prestan con garantía lo mismo personal que real; ostentan la propiedad de activos inmobiliarios adjudicados en ejecución de fallidos; suscriben deuda pública y privada y negocian con ella; operan en el mercado central de derivados financieros y organizan mercados OTC de esa misma clase de productos; promueven fondos de inversión, de pensiones, de titulización de activos, seguros de vida y hogar, y toda suerte de productos parabancarios, a cuya venta dedican tantos recursos ó más que a las actividades propiamente bancarias. Y eso se hace con una única dotación de capital por entidad, dotación que respalda simultáneamente todas las actividades en que se involucra; de forma que, si su crédito se ve comprometido – por las causas que sea – en una de esas actividades, aumenta el riesgo que asumen sin saberlo todas las contrapartes ante las que la entidad debe responder en ese momento. No otra cosa es ‘riesgo sistémico’, noción que está íntimamente relacionada con lo que he denominado «burbuja bancaria» española.

Rebajar el nivel de riesgo sistémico generado por nuestro sistema bancario, nivel elevadísimo que facilita operaciones tan opacas como la creación de bancos malos por entidades que disfrutan del uso fondos públicos, y con nefastos efectos sobre el crédito de las entidades, del sistema bancario y de la Nación, como se ha visto en Irlanda, es el objetivo prioritario y yo diría que casi único, en tanto no se lo alcance, de la reforma bancaria pendiente hoy en España. La recapitalización puede ser importante – con el grado de opacidad existente no hay forma de saberlo – y seguramente inevitable en la perspectiva principal, a saber, la capitalización por separado de todas y cada una de las actividades bancarias que incorporan riesgo. Tal es el signo de las reformas financieras serias que se llevan a cabo en la era post Lehman Brothers en los países financieramente más avanzados del mundo. Continuar ignorándolo es, por el momento, la principal omisión del BdE. Y por cierto que se trata de una omisión de peores consecuencias que todos sus errores.

Etiquetas: , ,

@purgatecon

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio