Teorías de la crisis
Dos teorías compiten por explicar la crisis económica; hay otras, pero son peregrinas. Contra lo que tiende a creer el público, ambas parten de la base de que, aunque el detonante fue financiero, las causas de la crisis son más profundas.
Una apunta a la rigidez de los mercados. Si los mercados fueran perfectamente flexibles, viene a decir, desvíos erráticos del equilibrio darían lugar a ajustes vía precios y no vía cantidades. En otras palabras, una caída en la demanda tendría por efecto la reducción (quizá sólo temporal) de los salarios y no del empleo. Una crisis fortuita, como la de los activos “tóxicos” en 2007, con mercados flexibles, apenas habría tenido efectos sobre el empleo. El problema es que el mundo real se aparta mucho de ese modelo ideal, con lo que la mencionada perturbación ha hundido en el mayor marasmo a la economía global. No se puede garantizar un retorno rápido al pleno empleo, pero sí efectuar las reformas necesarias para que la siguiente crisis no tenga efectos tan devastadores. Esta forma de pensar es propia de lo que Keynes llamó escuela “clásica”, aunque el término es confuso. Yo prefiero llamarla austriaca, porque es consecuencia de la influencia que han adquirido economistas como Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, pertenecientes a dicha escuela.
La teoría alternativa sostiene que el desempleo crónico es fruto de una excesiva acumulación de capital, intensificada, en los primeros momentos de la globalización, al concentrarse el ahorro de todo el mundo en la formación de capital en los países desarrollados. Conforme el ahorro mundial empieza a invertirse más homogéneamente por el planeta y los países emergentes rivalizan con los desarrollados en oportunidades de negocio, la inversión en estos últimos pierde fuerza y los efectos multiplicadores sobre la demanda agregada se hacen notar, en forma de desempleo crónico en los países desarrollados y crecimiento más intenso en los emergentes. Exactamente lo que vemos ahora. Esta teoría podría denominarse “keynesiana”, aunque yo prefiero llamarla clásica. Y es que Keynes era enteramente un clásico en cuanto a la previsión del estado estacionario, aunque divergiera de Ricardo y los clásicos posteriores en el estudio de los asuntos financieros, en los que Ricardo seguía a la escuela monetaria de Thornton y Keynes, en cambio, a la bancaria de Tooke. La verdadera ruptura se establece cuando los “austriacos” pretenden instaurar una confianza inconmovible en la capacidad del capitalismo para superar todos los obstáculos al crecimiento.
Los clásicos eran tan pesimistas como Keynes; la diferencia es que los clásicos veían el estado estacionario lejos y Keynes veía al mundo ya inmerso en él. Creo que ni una cosa ni la otra: el estado estacionario global parece aún lejano, pero hemos llegado a una suerte de estado estacionario local en Japón, que fue el primero, y ahora en Estados Unidos y Europa. Me temo que estos países no lograrán salir, por mucho que lo intenten. Japón lleva veinte años sin conseguirlo. Las reformas estructurales - en particular, la tan celebrada reforma laboral - no pueden nada contra el paro generado por el estado estacionario, y no sirven sino para destrozar la cohesión social. Quizá una revolución tecnológica, que no se vislumbra aún en el horizonte, pueda romper los límites del estado estacionario; quizá. De momento, la única salida realmente eficaz al desempleo es la emigración. Y no a Alemania, sino a China, la India, Brasil y los países que muestran verdadero dinamismo económico. Mientras nos mentalizamos a ello, sólo caben cuidados paliativos: políticas de estímulo fiscal y gestión monetaria acomodante. Es lo que hace Estados Unidos, y lo que deberíamos hacer nosotros.
Etiquetas: crisis, filosofía económica
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