Ética fiscal es lo que necesitamos
En España sólo paga impuestos quien no tiene forma de eludirlos. Es más, se considera de tontos pagarlos cuando Hacienda no puede pillarte. Tengo una amiga inglesa, que vive aquí y se ha propuesto emprender un negocio. Lo primero que le ha dicho el gestor que le tramita el papeleo, como la cosa más natural, es que nadie declara todo lo que ingresa; él recomienda dejar un 20 ó 25% para cobros «en negro». Mi amiga – es inglesa, ya lo he dicho – no está acostumbrada a estos tejemanejes, y anda confundida. «¿Qué crees que debo hacer?», me pregunta con candidez. La lógica del gestor es aplastante. ¿No dicen los estudios que en España hay un 23% de economía sumergida? Pues eso significa – para él – que todas las actividades deben «sumergirse» de un 20 a un 25%. Claro que esa forma de pensar no cuenta con las actividades que están sumergidas en su totalidad, como mi fontanero, que me hace un presupuesto y luego lo revisa para añadir el IVA si le pido factura; se conoce que no está acostumbrado a que nadie se la pida. Si incluimos las actividades sumergidas al 100%, el porcentaje sobre el total nacional será bastante superior, quizá un 30 ó 35%. (Espero que el gestor de mi amiga no lea esto, porque si los gestores se enteran empezarán a aconsejar que se «ennegrezca» el 30 ó el 35% de los ingresos, y así hasta que nadie pague impuestos).
Nuestra carencia de ética fiscal se aprecia en pequeñas cosas, como el top manta; ya saben, esa actividad que consiste en vender en la vía pública, a plena luz del día o del alumbrado municipal o incluso de la luz pagada por negocios legales, productos falsificados que imitan marcas famosas o infringen derechos de propiedad intelectual (por ejemplo, CDs con música o DVDs con películas). Hay muchas razones para que esta actividad sea perseguida. Una de mis preferidas es que los improvisados vendedores ocupan tanto espacio que apenas dejan paso a los transeúntes, aunque a cambio es verdad que ofrecen un magnífico espectáculo urbano cada vez que la policía municipal hace un amago de redada; casi nunca pasa de amago, que ellos responden recogiendo apresuradamente la mercancía con ingeniosos artilugios (he ahí el quid del top manta) para volver a los cinco minutos a lo suyo. En todo caso, el argumento que menos se escucha es el de los sufridos comerciantes de la misma calle, que pagan sus impuestos y que, por ello mismo, se ven en dificultades para competir con el top manta, que, para colmo, disfruta de las simpatías del público. La mayoría de la población cree, en efecto, que esos delincuentes – pues la infracción de los derechos de propiedad intelectual está tipificada como delito – tienen derecho a vivir, como todo el mundo, y que, si la sociedad no les proporciona otra forma más digna de procurarse el sustento, bueno, mejor es que hagan eso que robar. No deja de tener su aquél el argumento pues, en su virtud, si se trata de vivir, hasta las mafias que organizan esa «industria» están justificadas. ¿Qué peso puede tener la protesta de unos cuantos comerciantes cuando están en juego razones de tanto peso? ¿Qué importancia que paguen o dejen de pagar impuestos?
Pero éste es precisamente el punto que suscita la rebeldía que se está gestando en el norte de Europa en contra de rescatar a los países, financieramente más débiles, del sur del Continente. Esas gentes del norte de Europa tienen una sólida ética fiscal. Pagan impuestos no únicamente para evitar que les caiga encima el fisco, sino también para escapar al estigma social. Pagan y exigen que los demás paguen, porque suponen que el que defrauda les roba a todos; de modo que el fraude fiscal, en vez de una gracia de «listos», como aquí, es allí una ofensa a la comunidad, que la comunidad persigue con particular saña. Gracias a eso, sus finanzas públicas están saneadas. Ahora les dicen que tienen que poner su dinero para rescatar las finanzas públicas – naturalmente, enfermas – de países donde el que evade impuestos a la vista de todos, pero no del fisco, es considerado poco menos que un héroe popular, y el que no los evade, pudiendo hacerlo, es poco menos que un tonto. ¿Cómo cabe esperar que lo verán esas gentes del norte de Europa? ¿Serán lo bastante idiotas para pringar como verdaderos primos y llamarle a eso «solidaridad»? Lo idiotas seremos nosotros si nos lo hemos creído.
Este país tiene vocación de paraíso terrenal en la versión de izquierdas, y de paraíso fiscal en la de derechas; en todo caso, de paraíso. El problema es quién puede pagarlo. Ojalá no tengamos que tragarnos las bravatas de Zapatero y Salgado de que nunca, pero que nunca, nunca tendremos que pedir ser rescatados, porque si se equivocan vamos a sudar tinta. Y tampoco será jamás consciente el bueno de don Mariano Rajoy del flaco servicio que le presta al país, en este preciso momento, con su programa de convertir a España en un paraíso fiscal. Hace buena la idea de que pagar impuestos es malo, y de que el buen gobierno es el que hace legal lo que los más desaprensivos – con la connivencia de todos – no dudan hacer aunque sea ilegal. Eso es aprovechar la falta de ética fiscal con fines electorales. En las antípodas de lo que España necesita.
Etiquetas: conflicto social, cultura, déficit público, desigualdad, gobierno, impuestos, qué hacer
2 comentarios:
Estoy de acuerdo con su aseveración de que hay una falta de ética fiscal en España, especialmente entre los "sufridos autónomos", pero me pregunto si no hay medios para perseguir tal delito. ¿O es que interesa que un tanto por ciento determinado de la actividad económica esté sumergida para así, entre otras cosas, se pueda paliar el malestar social con el sistema que debería provocar una tasa de paro como la que padecemos?
No creo que sea sólo entre los sufridos autónomos. Los asalariados pagan impuestos porque se los descuentan en nómina, o sea, que a la fuerza ahorcan. Y bastantes de ellos, pluriempleados, no pagan por el segundo empleo y sucesivos. Este fenómeno deber ser tan importante que hasta el gobierno se está proponiendo ponerle coto, precisamente en estos días. ¿Y qué decir de los alquileres, sobre todo, de viviendas? Por no hablar de los propietarios de empresas donde se lleva una caja B, quienes echan mano de la misma para sus gastos personales, lo que supone una renta por la que nunca declaran. Y le sorprendería conocer el porcentaje de empresas que tienen caja B... Me parece evidente que la falta de ética fiscal es un mal generalizado de la sociedad española.
En cuanto a que puede considerarse la economía sumergida como una espita para dar salida a potenciales tensiones sociales generadas por el paro, si ésa es la idea de algunos políticos, me parece estúpida, sinceramente. Llevo estudiando la economía sumergida desde principios de los años ochenta. Hasta donde yo sé, las estimaciones sobre su importancia cuantitativa no han descendido nunca del 20%, incluso en los años más boyantes de la burbuja. Las causas son profundas y tienen que ver más con la cultura colectiva que con coyunturas más o menos adversas para el empleo.
Creo que los políticos son muy responsables, por la patrimonialización que hacen de la cosa pública. Aquí, quien obtiene el favor del pueblo en las urnas, más que un servidor público, se cree Dios. La proliferación de coches oficiales, lo crecido de los presupuestos para gastos de representación, la posibilidad de nombrar cargos a dedo y un innumerable conjunto de pequeños detalles, todos onerosos para el contribuyente, se conjuran para hacer a éste ver que el dinero que paga se traduce en el bien vivir de otros. Y claro, así, ¿quién quiere pagar impuestos?
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