Tres ensayos breves sobre la educación: Tres
Hay otra posible objeción a la supresión del régimen de conciertos en la enseñanza privada. Me refiero ahora a la que puede surgir desde el otro ángulo del espectro ideológico, a saber, el mito de que el Estado tiene que garantizar la igualdad de oportunidades entre los ciudadanos a través de la educación. Este mito fue alimentado por el Estado de Bienestar en sus orígenes, y cumplió felizmente su papel en el tiempo que le fue asignado. Personalmente, he sido un constante defensor del mismo, hasta que me he convencido de la fragilidad de su sustentación económica.
Para empezar, el mito parte de la base de que la igualdad de oportunidades es un derecho. Pero lo cierto es que un “derecho” que no se sustenta económicamente no es un verdadero derecho, sino un desiderátum. Y éste no se sustenta económicamente. En realidad, nadie puede sostener que gracias a él se ha logrado una auténtica igualdad de oportunidades. Hay que estar ciego para negar que las relaciones sociales son tan poderosas, o incluso más, que la educación recibida. Se puede abundar en el tema y añadir: el propio régimen de conciertos de la enseñanza privada tiene como único quid pro quo – ya que los conocimientos son prácticamente uniformes con la pública – las relaciones sociales creadas entre los alumnos. Bueno, quizá la igualdad de oportunidades se concibe neta de las ventajas sociales que siempre favorecerán a las clases superiores.
Pero el principio de igualdad de oportunidades hace agua por otros lados. Sus defensores han pasado a propugnar una suerte de versión descafeinada, que viene a decir: “Igualdad de oportunidades, no de resultados”. La próxima reforma, prevista para 2015, de la financiación universitaria contempla un notable recorte de las facilidades para repetir curso, que cuestan al contribuyente, según el estudio de FEDEA mencionado en el primer ensayo, la friolera de 3.300 millones de euros anuales. Si dicha reforma se lleva adelante, será un magnífico ejemplo del ideario que manda garantizar la igualdad de oportunidades pero no la de resultados, toda vez que, con las facilidades actuales, lo que se asegura es precisamente que todo repetidor obtenga el título prácticamente al mismo precio (no es exactamente así, pero bueno) que el alumno aplicado: igualdad de resultados a pesar de la diferencia de esfuerzos. No se puede decir que esto esté mal, pero, francamente, es el chocolate del loro. Con un PIB que supera el billón de euros anuales, de lo que se está hablando es de reasignar, más eficientemente, unas tres décimas porcentuales del gasto. Ya digo: bien. Pero ¿y qué más?
Bien mirado, el principio de igualdad de oportunidades, o garantiza igualdad de resultados, o dejará de ser verdadera igualdad. Porque el subir el precio de la vez de matrícula (aunque repito, la segunda vez que el alumno se matricula en una asignatura el coste para él ya es apreciablemente mayor, y la tercera aún mayor) introducirá una nueva desigualdad: los ricos podrán pagar el sobrecoste mejor que los pobres, y vuelta a empezar. La corrección igualitarista terminará por llegar, inevitablemente, y se puede predecir por dónde. Puesto que gran parte del fracaso proviene de la falta de medios para atender a una enseñanza que por fuerza es cada vez más costosa, o se aumenta el volumen de medios, o se reduce el nivel de exigencia. La igualdad de resultados se restablecerá a un nivel de mediocridad “razonable”. Tan sólo los que superen ese nivel serán penalizados. Ésta es la dinámica en que estamos enfrascados en la universidad desde hace lustros. Parece, por lo demás, que tampoco es un mal exclusivamente español, sino una pandemia europea, probablemente importada de Estados Unidos.
El problema de este enfoque, que pretende financiar con fondos públicos demasiada educación (la pública y la privada en los estudios preuniversitarios, y la pública en los universitarios), es que la calidad siempre será baja. Y si la calidad de los conocimientos aprendidos es baja, la importancia de las relaciones sociales para el éxito profesional se incrementa. Esto, hablando en la escala doméstica, porque en el plano internacional lo que cabe esperar es que se desvaloricen las opciones de España como país.
Propongo reemplazar el principio de garantizar la igualdad de oportunidades dentro del colectivo por el de maximizar las oportunidades del colectivo en bloque. Esto segundo puede repercutir en un aumento de la desigualdad interna, ya que parte del incremento de oportunidades puede beneficiar a unos individuos sí y a otros no (con arreglo a su clase social, evidentemente) pero si otra parte se reparte entre todos, entonces tendremos lo que los economistas llaman una situación Pareto-superior a la de partida. Si todos mejoran sus oportunidades, la situación será preferible aunque para algunos la mejora sea mayor que para el resto. Pues bien, el plan de suprimir el régimen de conciertos en la enseñanza privada pretende ser el vehículo para llevar al sistema educativo a una situación Pareto-superior, aunque quizá menos igualitaria que aquélla en que se encuentra ahora.
Por una parte, la supresión de los conciertos obligará a las familias de clase media a invertir más en educación privada, aunque el aumento del esfuerzo educativo neto será menor que el incremento bruto del gasto en educación privada, desde el momento en que también se producirá una bajada de los impuestos afectos a esta finalidad. Sin embargo, no todo el ahorro derivado de la supresión de los conciertos se traducirá en menores impuestos; precisamente, parte del objetivo es que las familias gasten más, y no sólo mejor, que ahora. Una fracción de ese ahorro deberá reasignarse a financiar una enseñanza pública de calidad. Cuando la escuela pública cuente con los medios necesarios, entonces sí será de justicia exigir al alumno resultados por el uso que está haciendo del dinero de los contribuyentes.
Tres ensayos breves sobre la educación. Uno
Tres ensayos breves sobre la educación. Dos