lunes, 28 de junio de 2010

1000 millones de dólares, peor que a la basura

Hace semanas, pronostiqué que estábamos “a las puertas de una gran depresión”. Nuestro presidente ha tenido el discutible privilegio de ser – o al menos, eso es lo que él dice – uno de los ujieres encargados de abrirlas de par en par.

Tiene el presidente la rara cualidad de querer hacer, sin excepción, de la necesidad virtud. No concibe la posibilidad de hacer, por pura necesidad, algo indeseable. Para él, todo lo que hace es bueno por definición: lo único bueno, parece ser. Y de ello ha dado un buen ejemplo durante y después de la cumbre de los líderes mundiales (G-20) reunida en Toronto este fin de semana. Lejos quedan los días de la “confluencia astral” de Rodríguez Zapatero y Obama, proclamada a bombo y platillo por responsables de su partido hace menos de un año. A esta cumbre, Obama – bien asesorado por Krugman y otros – vino con el propósito decidido de obtener de Europa un cambio de rumbo en la política económica: menos ajuste y más impulso fiscal. Naturalmente, no ha conseguido su propósito. Los europeos – España incluida – han presentado un frente de hierro. “El ajuste fiscal es una necesidad de la economía mundial”, ha sentenciado nuestro presidente. No le ha temblado la voz (prometió que no le temblaría la mano, ¿cómo iba a temblarle la voz?) a la hora de dejar sólo al progresista Obama para apoyar a la conservadora Merkel. Decididamente, alguien le ha convencido – tras el estrepitoso fracaso de meses atrás – que esto de la economía no tiene nada, pero absolutamente nada que ver con la ideología

Uno no sabe quiénes son sus asesores en esta hora, pero una cosa es cierta: son malos. Le han inculcado, con todo, bien la lección. Es la lección aprendida en 1982, cuando la crisis de la deuda de Latinoamérica y otros países emergentes. Olvidan (o quizá no: sería aún más grave) que aquella crisis no tiene nada que ver con ésta. Los efectos de la política a que se sometió entonces a los países deudores – ajuste fiscal y reformas estructurales, como ahora – provocaron una depresión en Latinoamérica, de la que el subcontinente sólo empezó a salir con Argentina en 1992. Diez años después. Esto, reconocido por el Fondo Monetario Internacional, que, curiosamente, ahora trata de mantener cierto equilibrio entre Estados Unidos y Europa, pero se inclina más del lado de Obama, defendiendo estímulos fiscales y reformas estructurales. Y tan duras condiciones se impusieron porque el bienestar de los latinoamericanos importaba un pimiento. Lo único que importaba a los acreedores – los países desarrollados – era recuperar su dinero. Y lo recuperaron.

Ahora la cosa es más complicada. Porque los acreedores son los propios deudores, en cierto sentido. Los mayores tenedores de deuda española, por ejemplo, son los bancos españoles; pero los bancos españoles, para obtener recursos con qué prestar, se endeudaron con los bancos alemanes y franceses. De manera que, a fin de cuentas, los acreedores de España son los bancos alemanes y franceses. La política con que se intenta pagarles, al deprimir a la economía española, retrasará el cobro; lo vamos a ver en pocos meses. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que Alemania se ha autoimpuesto el ajuste, con lo cual también sufrirá nuevas recesiones. Eso tiene una lógica - en clave puramente electoral - para Alemania, aunque ninguna para España. En los ochenta, los acreedores aguantaron porque sus economías estaban en franca recuperación. ¿Podrán aguantar de igual forma ahora, recayendo en la recesión? Nos esperan diez años, no ya de sacrificios sin cuento, sino de incertidumbre permanente en los mercados. Baste decir que toda Europa está haciendo puenting con una soga medio rota.

No hay problema, sin embargo. Según nuestro presidente, consiguió convencer a Obama de las ventajas de la cura de caballo que se está administrando Europa. Lo que Obama ha dicho esta mañana suena a algo distinto: “No puede ser que todos nos abalancemos hacia la puerta de salida”.

Abierta la puerta, la gran depresión de la década de los diez está servida.

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sábado, 26 de junio de 2010

Hubo imprudencia, pero también negligencia

¿Qué esperábamos? Eran un grupo de ecuatorianos, bolivianos y colombianos: eso lo dice todo. Iban de fiesta, quién sabe si no ya borrachos. Llegaron en tren a la estación. Quisieron subir por el paso elevado, pero estaba cerrado. Claro, acababa de estrenarse un novísimo paso subterráneo. El paso estaba atascado de gente. Claro, eran muchos. Algunos cometieron la imprudencia de cruzar las vías. Llegó un tren, mató a doce e hirió de diversa consideración a otros catorce. Para colmo, al día siguiente las cámaras captaron a una mujer cruzando las vías, aunque – como hacía notar la comentarista de CNN+ - esta vez sí estaban en la escena los guardias de seguridad para entregar a la transgresora a la policía con objeto de tramitar la sanción correspondiente.

Mientras aún continúa la investigación, ya se han apresurado el ministro de Trabajo y el presidente de Renfe a culpar sólo a la imprudencia. Resultaba patético contemplar al presidente afirmando que cruzar las vías está no ya prohibido, sino prohibidísimo. Como si la aplicación estricta de la ley eximiera de la sospecha de negligencia.

Las más treinta ó más personas que cruzaron las vías esa noche no eran todas imprudentes. Había imprudentes, sin duda, pero también personas que en la situación mostraron, simplemente, un comportamiento gregario. ¿Quién no se ha visto en la tesitura de seguir a quien parece tener más información que uno mismo? La imprudencia es difícil de prevenir. Los comportamientos gregarios no sólo pueden, sino que deben ser previstos. No hacerlo es negligencia.

Era cerca de la medianoche. Testigos afirman que la estación estaba medio a oscuras, si no totalmente a oscuras. Quienes ignoraban que la estación había sido recientemente remodelada se dirigieron al paso elevado, que estaba cerrado. Si era peligroso recorrerlo, y por eso estaba cerrado, ¿qué hacía ese paso todavía allí? Ya sé: hacerlo desaparecer cuesta dinero, y con la crisis... Pero estoy seguro que, de haber sabido la confusión que ese paso inútil introduciría y sus fatídicos efectos, Fomento se habría gastado ese dinero, y más, en suprimirlo. ¿Estaban lo suficientemente juntos el paso subterráneo y el elevado fuera de servicio? El alcalde de la localidad ha revelado que el accidente ocurrió a ochenta o noventa metros del paso subterráneo. ¿Igual de lejos del elevado o mucho más cerca?, pregunto yo. A oscuras o casi, ese paso innecesario pudo haber inducido a quienes ignoraban que la estación había sido recientemente remodelada a pensar que la única forma de pasar al otro lado era cruzar las vías. Eso es lo que la investigación judicial debe esclarecer.

De momento, las autoridades juran y perjuran que la estación cumplía con el reglamento. ¿Dice el reglamento que las medidas de seguridad no tienen por qué extremarse cuando se espera una aglomeración de viajeros, como se esperaba la Noche de San Juan? ¿Dice que tiene que haber guardias a plena luz del día, cuando los pueden filmar en plena acción para escarnio de las víctimas, y que en cambio no tenían que estar la noche anterior, cuando ocurrió la tragedia?

Me temo que urge pedir disculpas a las víctimas y arbitrar una generosa indemnización de inmediato, mal que pese por la crisis.

Nota: Las opiniones vertidas en esta entrada fueron objeto de rectificación posterior, concretamente en una entrada del 22/07/2010.

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Excepción dentro de la excepción

Me había propuesto no escribir hasta septiembre, pero se me llevan los diablos viendo lo que hay que ver. He decidido rectificar mi intención inicial, y escribir siempre que me venga en gana. Mantengo el propósito de no escribir por obligación - una obligación voluntariamente asumida, por supuesto – hasta septiembre. Pero escribiré lo que me apetezca y cuando me apetezca. Después de todo, éste es mi blog.

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jueves, 3 de junio de 2010

Despedida temporal

Cuando empecé este blog, en diciembre pasado, no pensaba que iba a resultar una labor tan exigente, casi adictiva. Comencé publicando en enero, a razón de dos entradas a la semana, que pronto se convirtieron en una diaria, los días laborables, y al final dos ó tres diarias, en algunas jornadas señaladas. En total, han resultado ser más de un centenar de entradas, casi todas sobre temas económicos, con gran preponderancia de los temas a caballo de la macroeconomía y las finanzas, y los laborales. Ahora, la política económica que he propugnado durante estos meses, y casi todo 2009, antes de empezar el blog, ha devenido impracticable con el inmediato fin de la presidencia española de la Unión Europea. Ya no resulta factible la idea de imponer al Banco Central Europeo la monetización del déficit público de los miembros de la eurozona. Otro tanto puede decirse de la reforma del mercado de trabajo, que ya está vista para sentencia, como quien dice. En este último asunto, el acierto de mis predicciones no podría haber sido más rotundo.

Nuestro país continúa en situación de emergencia económica, no obstante. Todavía existe el riesgo de que terminemos como Grecia, si no de forma inmediata, sí en los próximos meses, cuando – como resulta previsible – todo lo que se ha hecho en las últimas semanas y se haga en las próximas ya parezca insuficiente. Tiene sentido, o así lo veo yo por lo menos, que uno se detenga un tanto a reflexionar sobre la nueva etapa que se abre en la evolución de la crisis. Todo cuanto quería decir sobre la que se cierra, queda dicho en las entradas de estos cinco meses. Si a alguien le interesa profundizar, no tiene más que ponerse a ello.

Volveré en septiembre.

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martes, 1 de junio de 2010

Una reforma otorgada es la peor de las reformas

Ya que el gobierno va a dictar por decreto-ley los términos de la reforma, ¿para qué van a esforzarse la patronal y los sindicatos en alcanzar un acuerdo? Los sindicatos prefieren no estampar su firma en una rebaja de la indemnización ordinaria por despido improcedente de 45 a 33 días por año de antigüedad. La patronal, a su vez, ha optado por reclamar además una ampliación de las causas por despido procedente, que desjudicialice, aunque sea parcialmente, la extinción del contrato. Al final, el gobierno rebajará la indemnización pero dejará sin tocar las causas de extinción. Y todos tan contentos, o casi.

En cierta forma, será el peor resultado posible. Los estudios del Fondo Monetario Internacional le indican que el grado de descentralización de la negociación colectiva predominante en España – llamado intermedio - es causa de importantes ineficiencias en la regulación del mercado de trabajo. Tanto una negociación centralizada, digamos, a nivel de “cúpula”, como una totalmente descentralizada, a escala de empresa, serían preferibles, según el FMI. Y en el caso concreto de España, la alternativa que se recomienda es la negociación de ámbito empresarial. ¿Saben ustedes por qué? Porque la patronal y los sindicatos han demostrado sobradamente, en estos dos años, su incapacidad de llegar a acuerdos sobre cualquier contenido de la negociación colectiva distinto de los salarios. Y en este caso, llegan a acuerdos tan sólo porque disponen de la socorrida plantilla de la indiciación con arreglo al IPC.

Y héteme aquí que patronal y sindicatos están escenificando el último acto de su incapacidad de llegar a acuerdos, con el desacuerdo “pactado” sobre la reforma laboral. No hacen más que darle argumentos al FMI acerca del resultado básico que debe obtenerse de la reforma laboral, en esta fase y en la siguiente (la que afectará a la negociación colectiva): arrebatar cuantas más empresas mejor del ámbito de lo que negocien patronal y sindicatos, que ya se sabe que es prácticamente nada.

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